Presentamos aquí una ruta larga. Se trata de la vía verde del valle del Zafán. En este caso, los Rayitos hicieron el camino en bici desde Alcañiz a Tortosa. Más de 100 kilómetros por un camino exclusivo, en muchas ocasiones cuesta abajo, pero no sin algo de sufrimiento. Hay que tener respeto a los primeros 20 kilómetros de subida.
La vía verde del valle del Zafán fue un proyecto que pretendía unir La Puebla de Híjar (Teruel) con Tortosa (Tarragona). A pesar de no llegar a completarse el recorrido planeado, la línea llegó a funcionar durante unas décadas, pero su bajo rendimiento, así como algunos derrumbes, hizo que se finalmente se desmantelara. Ahora se está recuperando como vía verde.
En esta aventura participaron Carles, Kiko, Manu, Merche y Rafa, todos con su espléndida bicicleta. Algunas eléctricas y otras tradicionales.
El perfil de la ruta da buenas sensaciones, sobre todo para unos "aficionados" a la bici como eran nuestros Rayitos. Viendo el perfil se nota claramente el carácter de descenso de la excursión. En una ruta como esta, donde se circula por la plataforma pensada para que pasara un tren, la pendiente es como máximo del 1,5%, pero aun así no nos engañemos, hay pendiente, tanto cuesta arriba como cuesta abajo. O sea, que hay que darle a los pedales sí o sí. También es imprescindible el llevar luz. Se pasa por innumerables túneles donde ir sin faro es imposible.
Aunque el perfil marque 99 kilómetros, nuestros Rayitos hicieron algunos más. Aquí no se ven reflejados los accesos a poblaciones para alimentarse y pernoctar. Es importante contar con ellos porque estos accesos fueron los más empinados.
Los primeros kilómetros pintan un poco duros y los últimos son muy planos. De todas maneras, las personas conocidas que hicieron antes esta vía verde contaron a nuestros ciclistas que era factible y relativamente sencilla. y de llos de fiaron, y con acierto.
Para la logística del viaje, tras valorar varias alternativas, se optó por subir a Alcañiz y dejar allí los coches, para después, desde Tortosa, contratar un vehículo que transportaría al grupo y sus bicis hasta el origen para poder volver. Y así se hizo.
Días antes del comienzo de la excursión la meteorología no estaba clara. Daban lluvia. Poco a poco esta previsión se fue diluyendo hasta que se quedó en una pequeña previsión de gotitas dispersas. Hubo suerte pero la preocupación se mantuvo viva hasta el final.
El grupo madrugó un sábado de mayo para ir a Alcañiz. Carles, Kiko y Manu salieron de Castellón a las 6.30 con las bicis montadas en el coche de Manu. Una arriba y dos detrás. De ahí a Borriol, a esperar a Merche y Rafa, con su coche y sus dos bicis.
Tras dos horas de viaje nuestros Rayitos llegaron a Alcañiz. Manu, con la precaución que le caracteriza, no se pasó ni un kilómetro por hora de lo que marcaban las señales. Iba cargado con tres bicicletas y sentía la responsabilidad de llevar a buen puerto tan preciado material. Eran las 9.30 y tocaba almorzar antes que nada. Encontraron un bar con terraza para poder dejar las bicis controladas y pidieron sus bocatas. Menos mal que pidieron medios bocadillos porque lo que salió del bar eran unos medios bocatas pero de los grandes. Aun así no sobró nada. Había que coger fuerzas.
En el local también había algunos ciclistas y tenían pinta de estar haciendo lo mismo que los nuestros. A las 10.15, cuando los nuestros acabaron, se subieron a sus bicicletas y comenzaron la aventura.
Para empezar pasó lo que pasa casi siempre. Nuestros héroes se perdieron un poco. Subieron una cuesta pronunciada y Kiko, que llevaba el gps, aseguraba que la ruta iba por allí, pero allí no había ni camino ni nada. Centrándose un poquito descubrieron que la ruita pasaba por debajo de sus pies, por un túnel que no habían visto. Deshicieron un poco el camino y entraron en el túnel. A partir de ese momento ya estaban en ruta y todo se desarrolló con normalidad.
El firme era bueno, asfaltado y plano, pero pronto se alejaron de Alcañiz y el suelo pasó a ser de tierra. Ningún problema. Estaba previsto. Cada vez había más piedras y más gordas en el camino. Esto ya no estaba tan previsto. Se supone que eso era una vía verde para que pasaran bicis. Quizá los nuestros se esperaban menos piedras.
La cosa se complico un poco, pero solo un poco. Había que seguir las rodadas de los miles de bicicletas que habían pasado por allí para pillar menos piedras y con esto se suavizó el problema. Estando atento la cosa iba bien, pero si uno se despistaba y metía sus ruedas sin tacos en gravilla, corría el riesgo de resbalar un poco. Hay que decir que algunos de nuestro héroes iban con ruedas sin tacos (de paseo) y otros con auténticas ruedas de montaña. Viva la diversidad.
A lo agreste del camino se sumó un leve desnivel, que durante algún kilómetro casi ni se notó pero conforme el camino se hacía largo, lar piernas tenían que esforzarse. El camino subía y subía. Poquito desnivel pero seguido y seguido.
El grupo ascendía lentamente por rectas interminables de kilómetros. Hacía sol pero no demasiado calor. Todo perfecto. No había prisa.
En el kilómetro 14 se pasa por la primera estación, Valdealgorfa. Hecha polvo. Tejados caídos y sin ningún mantenimiento desde hacía muchos años. Esto sería la tónica durante todo el trayecto. El grupo paró un poco para estirar la piernas.
Unos metros más allá comenzaba el túnel del equinoccio. Su nombre viene porque alrededor de los dos equinoccios del año, el 21 de marzo y el 23 de septiembre, al amanecer, el sol atraviesa por unos minutos sus 2,2 km de longitud. Este túnel no debe atravesarse, pues es peligroso, no tiene iluminación y en algunos puntos hay pequeños trozos de rocas desprendidas con las que se puede tropezar. El punto de luz que se ve al fondo engaña, porque parece que el final está cerca. La puerta del túnel está enrejada pero con una puerta abierta con un cartel de ADIF que recuerda el prohibido el paso. Nuestros imprudentes amigos cruzaron el túnel y no fueron por el camino alternativo que se ha habilitado y que rodea el monte, que está totalmente señalizado con carteles, hitos y paneles informativos. El resultado fue la satisfacción de cruzar este largo túnel y el sufrimiento de piedras caídas, agua en el suelo, gravilla donde las bicis se quedaban paradas y deslumbre por la boca de salida. A todo esto hay que sumar que su nulo mantenimiento no eliminaba el riesgo de desprendimiento en cualquier momento. Un error de los nuestros. Costó de pasar.
A partir de la salida del túnel el firme de la plataforma de la vía mejora sensiblemente. Ya no está ese montón de piedras sueltas y se va más cómodo. Se van sucediendo los túneles y las estaciones abandonadas. Valjunquera y Valdeltormo, ambas en un estado lamentable.
El camino se suaviza y viene la cuesta abajo hasta el viaducto del Matarraña, en el kilómetro 30. Un superpuente de 225 metros con unas vistas espectaculares sobre el río por donde, aun con la sequía, pasaba algo de agua.
La siguiente estación está nada más cruzar el puente es la de Torre del Compte, hoy recuperada en un sugerente hotel de cuatro estrellas con restaurante.
Los nuestros se pierden unos metros, como en el track que llevan, pero recuperan rápidamente la ruta al darse cuenta que el firme del camino es totalmente distinto al firme de la vía de tren.
desde el viaducto del Matarraña volvió a acabarse la cuesta hacia abajo. Los Rayitos se enfrentan de nuevo a la pequeña y engañosa pendiente. A Kiko al final del da una medio pájara. Llega un momento en que te duele el culo por la bici, te duelen las piernas, te falta algo de aire y te molesta hasta la pequeña llovizna refrescante. Todo síntomas claros que te has quedado sin fuerzas.
Kiko y Manu, su benefactor, hicieron una paradita. Un poco de agua y el remedio dulce universal, el "panfiga", alimento extradulce hecho de higos, revivió los espíritus más decaídos y ayudó a reanudar la marcha.
Con la repentina subida, el grupo se disgrega un poco y cada pocos kilómetros hay que reunificarse. Rafa decía tras cada una de las largas rectas que tenía el camino que uno poco más allá venía la bajada. Siempre estaba la bajada escondida tras la siguiente curva o cambio de rasante. Todos confiaban pero casi nunca no era así.
No era así hasta que lo fue a la llegada a la estación de Cretas, por fin, en el kilómetro 41,6 de la ruta.
Cretas es el lugar donde nuestros ciclistas tenían previsto comer. Rafa y Merche habían estado y dijeron que erra un sitio bonito. y así lo fue.
La estación de Cretas estaba rehabilitada con dinero del la comarca del Matarraña. Se había rehabilitado un edificio en una albergue con una gran sala de descanso y un bar. Allí nuestros héroes tomaron unarefrigerio y se encaminaron hacian el pueblo de Cretas (o Queretes) a comer.
Cretas estaba cerca pero tras 41 kilómetros en bici, nada está cerca para un grupito de aficionados ciclistas, sobre todo si el desnivel es elevado y pica el sol como era el caso.
El desplazamiento valió la pena. Cretas es un pueblo medieval bonito, muy cuidado y con restaurantes con terraza habilitados para ciclistas hambrientos. Los nuestros comieron ligero unas alitas y otros pequeños majares y dieron una vuelta al pueblo (era fácil) para seguir camino.
Cretas está en lo alto de un cerro y, desde arriba se ve toda la carretera que te devuelve a la vía verde. Nuestros grupo se hizo una foto del valle y se fijó que en la carretera estaba la Guardia Civil parando a automovilistas incautos que un sábado a las 3 de la tarde transitaban por esa carretera comarcal con destino incierto.
Aunque no había ningún tipo de riesgo, nuestros héroes buscaron un camino alternativo para volver a la vía verde. Carles estudió el terreno y encontró una pista municipal que evitó lo que podría suponer alguna cerveza de más en el cuerpo de nuestros esforzados deportistas de la bici. Seguro que no hubiera habido ningún problema pero la prudencia es buena consejera en estos temas.
Ya de vuelta a a la ruta se volvió a la marcha La fuerzas estaban repuestas y ahora sí que sí todo era cuesta abajo hasta el lugar de dormir.
Ir en bici de bajada en una vía verde es una caña. Casi ninguna curva y el pedaleo es opcional. Te dejas caer y vas haciendo kilómetros.
Pero no todo es recto. La orografía se complicó un poco y en un momento se pasó por muchos túneles.
Vuelve a llover un poco pero no se afina. La temperatura es perfecta para ir en bici cuesta abajo.
Por fin se acaba Teruel. Se pasa el gran viaducto sobre el fronterizo río Algars y se entra en Cataluña. Estamos en el kilómetro 47,7. A partir de ese momento la ruta es distintas. El firme de la plataforma es más o menos igual. Ya está todos asfaltado o casi, pero los túneles tienen mucho mejor firme. Menos piedras inesperadas y, en algún caso, con luz. De todas maneras el tema de la luz en los túneles sigue siendo una asignatura pendiente en toda la ruta. Si no se va con alguna luz potente en la bici, mejor no ir.
Un nuevo paso por una estación abandonada. Se trata de Horta de Sant Joan. Lástima de construcciones.
Poco a poco se va bajando hasta llegar al pont de la Curra, en el km. 57. Un estupendo y muy alto viaducto con un curioso “aparato de hacer selfies”. Mientras se cruza uno no se da cuenta de lo alto que está hasta que se mira abajo. A un lado del viaducto hay unas ruinas de unas instalaciones ferroviarias y desde allí se pueden hacer estupendas fotos.
El aparato para hacer selfies es un soporte donde puede colocar el móvil y ya está todo preparado para que el grupo se pueda hacer una foto. Muy ocurrente y eficaz.
Unos kilómetros más adelante, en el 62 de la ruta estaba Bot, final de la etapa del día. Merche, Rafa y Kiko iban por delante y se pasaron la entrada en el camping donde había que dormir. Llegaron a la estación de Bot donde había un tren hecho bar. una vez avisados por teléfono de que habían pasado de frenada, desandaron el camino y fueron al camping a inscribirse.
Una persona del lugar asesoró a Carles y Manu de cómo llegar a la puerta del camping. También les recomendó un lugar donde cenar, la brasería Laia. Según sus palabras, tenía mucha fama y había que ir pronto, que se llenaba.
Una vez volvieron los escapados, se reunificó el grupo y fueron al camping. Allí les atendió una chica muy simpática que les explicó todo lo que tenían que saber y les asignó una casita en la parte alta del recinto.
El lugar donde nuestros ciclistas iban a dormir era de tipo "contenedor". allí dentro había dos habitaciones, salón con cocina y baño. Todo muy digno. También una pequeña terracita donde se subieron las bicis para evitar que se mojasen por la lluvia que daban en la previsión.
Nuestros héroes se ducharon, los "eléctricos" pusieron a cargar sus bicis. Se vistieron de paseo y recorrieron andando los dos kilómetros que les separaban de Bot. Vendría bien andar un poco después de estar todo el día sentado en un sillín.
Una vez en Bot, los ciclistas, ahora caminantes, localizaron bares para tomar algo, fueron a la famosa brasería Laia que les habían recomendado y resultó que el local solo abría a mediodía. Esta vez se quedarían sin degustar la afamada gastronomía de la tal Laia.
En una esquina de la plaza de la iglesia se sentaron en un bar, concurrido por gente del pueblo. Era sábado por la tarde y había algo de ambiente. Del cielo cayó una pequeña tormenta, suficiente para que los nuestros tomaran la decisión de cenar en el mismo bar donde estaban. Se llamaba bar el Pedrís. Cenaron de picar. Probaron un vino blanco de la tierra que se hacía en el propio pueblo. Garnacha blanca. Un poco dulce pero muy bueno. Y picaron tapas. No se pasaron en la cena.
Los nuestros se dieron cuenta que en las calles del pueblo había una especie de cartones del tamaño de un folio cogidos a mobiliario urbano y pintados de amarillo. No era algo muy sofisticado, sino bastante de andar por casa. Hicieron sus conjeturas sobre lo que eran esas señales y no llegaron a ninguna conclusión. Por fin, siguiendo la máxima que dice que para saber una cosa lo mejor es preguntar, consultaron a una señora del pueblo que les dio la explicación. Resulta que eso era un invento del alcalde para eliminar las moscas del pueblo. La gente de Bot estaba ansiosa de que llegara el verano para ver si estos cartones o maderas pintados de amarillo tenían el efecto deseado.
Ya con la panza llena, la vuelta al camping se hizo paseando. No era muy tarde cuando ya estaban en su casita. A las 22.30 ya estaban todos durmiendo.
La noche transcurrió tranquilamente. Merche y Rafa en la habitación de matrimonio, Manu en el sofá con un saco y Carles y Kiko en otra habitación. Hubo algún ronquido pero se durmió más o menos bien.
Como era de esperar, los Rayitos se levantaron temprano. La idea era dejar el camping e ir a Bot a desayunar. A las 8 ya estaban delante de un café con leche en el mismo bar donde habían cenado. Esta vez llevaban las bicis, porque de ahí ya seguirían ruta.
Pronto se “subieron” a la vía verde y se pusieron a pedalear. Este día era mucho más corto en kilómetros que el día anterior. Todos andaban bien de fuerzas y la moral estaba alta. Tenían prevista alguna visita y un lugar para almorzar.
El comienzo fue alentador, vía cuesta abajo y con muchos túneles. El firme en el interior de los túneles estaba infinitamente mejor que en los del día anterior. Se agradecía.
A un par de kilómetros de la salida, en el kilómetro 64,5 se pasa por el puente del rio Canaleta. Bonita estampa con agua y pozas para bañarse. La temperatura no permitía este tipo de actividad y además el acceso al agua estaba complicado. Los ciclistas se hicieron fotos y tuvieron bastante.
A unos cientos de metros apareció la estación de Prat del Compte. Abandonada pero no destruida.
Otros cientos de metros y varios túneles más adelante estaba el Santuari de la Fontcalda. Fuente de aguas termales. Hay una pequeña ruta muy espectacular con pasarelas que va por la garganta que lleva el rio Canaleta desde la estación de Prat del Compte a este Santuario. Evidentemente, nuestros ciclistas no pudieron hacerla por tres razones. Primero porque no sabrían que hacer con las bicis. La segunda razón era que no andaban muy sobrados de tiempo. El almuerzo estaba cerca y no era cuestión de alargar la ruta. Y la tercera razón y quizá la más importante era que nuestro grupo no conocía la existencia de esta ruta, con lo que sería difícil que la quisieran hacer.
La bajada desde la vía verde al santuario/balneario de la Fontcalda era corta pero empinadísima. Los ciclistas tocaron el agua del río, que estaba calentita, fueron hasta una gran plaza con un bar y una ermita y curiosearon por allí. El lugar estaba desierto salvo por un par de turistas que paseaban. Parecía que andaban de meditación. Los nuestros se fueron pronto porque poco más se podía hacer allí. No entraron al restaurante porque Carles tenía previsto llevar al grupo a un lugar que le habían recomendado para el almuerzo.
Tras la experiencia se volvió a la ruta. Las vistas eran espectaculares. Mucho bosque y mucho túnel. La vía verde bordea por abajo la garganta del riu Canaleta.
A Carles le habían recomendado un restaurante que estaba en la estación de El Pinell de Brai. Realmente no estaba en la estación, era la propia estación, que estaba restaurada como restaurante.
Pararon delante, en el kilómetro 71,7 pero estaba cerrado. Abrían a las 11 y todavía eran las 10. Siguieron adelante esperando que los dioses proveyeran. ¡Y proveyeron!
Cuando el grupo pasó por la siguiente estación, la de Benifallet, se encontraron que también estaba restaurada y un flamante bar con terracita les estaba esperando para el almuerzo. Era ya el kilómetro 76,2. El lugar era muy tranquilo, con sitio para comer, dormir y guardar bicis. En un bosquecillo y al lado del rio Canaleta. Fantástico para el almuerzo, aunque el bocata de lomo anduviera un poco escaso de lomo.
Después de almorzar, enseguida se llega al gran rio Ebro. Acostumbrados a circular por gargantas y túneles, la vista impacta, con el gran río delante y un horizonte que no se acaba. Los nuestros, se pusieron enseguida a hacer fotos. La novedad es la novedad. Era el kilómetro 78 y la ruta ya no se alejaría demasiado del río rio hasta llegar a destino.
Poco a poco el desnivel se va perdiendo, convirtiendo la vía verde en una vía plana con poca sombra.
En el kilómetro 81, en el Azud de Xerta, se detienen a ver la represa para riego. Poco acostumbrados a este tipo de obras de ingeniería, nuestros ciclistas están un rato viendo las labores y los mecanismos automáticos de limpieza y mantenimiento de la gran represa, que reparte el agua en canales para regar todas la huerta del Ebro. Una gran obra de ingeniería.
Un poco más adelante, en el kilómetro 84, está el pueblo de Xerta. Tienen la vía verde en obras y hacen dar una pequeña vuelta turística a los esforzados Rayitos, que ya no saben donde ponerse de lo que pica el sol. El calor no es asfixiante pero el sol les saca los colores..
El paisaje ya está todo totalmente humanizado. Se acabaron los bosques, las bajadas y los túneles. Ahora todo está lleno de casas, cultivos y muchas carreteras. Bastante gente en bici y corriendo. Se podría decir que nuestros héroes han vuelto a la civilización.
Carles pincha en medio de una superrecta . Con la profesionalidad que les caracteriza, nuestros ciclistas cambian la rueda en un momento. En 5 minutos siguen camino esperando que ya nada salga mal.
En Roquetes, ya a un paso del final de etapa, se oye una especie de ruido de giros de ruedas, un frenazo y, a muy pocos metros de nuestros ciclistas, un coche choca a gran velocidad contra un árbol. El choque es muy fuerte. El golpe arranca totalmente un árbol grande quedándose éste bajo del coche. El vehículo está para tirar y una chica que esta en su interior sale como puede con el cuello dolorido. El grupo se espera haciendo compañía a la accidentada hasta que viene la policía local, momento en el que ya no pintan nada allí y siguen su camino.
Y por fin, por fin, en el km. 98,6 cruzan el Ebro por el pont de l’Estat, en Tortosa. Este es el fin de etapa y fin de aventura. Contentos van a hacerse fotos a unas letras de esas que están tan de moda y ponen el nombre de la ciudad. En total han sido más de 110 kilómetros de travesía llenos de anécdotas y risas. Con pocas penas. Gran satisfacción.
Buscan un lugar con sombra para hidratarse y lo encuentran en el parque Teodor González. Acto seguido buscan un lugar para comer y también lo encuentran allí al lado. Un domingo a mediodía no hay mucha vida en Tortosa pero los lugares que han elegido son más o menos dignos. Les hubiera gustado más un arrocito o algo típico pero se conforman con unas tapas y un segundo plato.
Después de comer, ya tranquilos y sin prisas, Manu, Carles y Kiko dan una vuelta cicloturística por Tortosa. Rafa y Merche se quedan el el parque en un merecido descanso. Los tres que van en bici llegan hasta la estación de Tortosa, teóricamente el fin de etapa y también pasean por las ciudad vieja, quizá un poco más degradada de lo que se esperaban.
Haciendo tiempo llegan las 6, hora en la que les recoge un transporte para volver a Alcañiz, a recoger los coches. El conductor era un chico majo.
Al final de la aventura, los Rayitos llegaron a Castellón a las 10 de la noche. Ya un poco cansados entre lo físico y la carga de emociones de los dos días. Esa noche dormirían bien.
En resumen, esta es una aventura para recomendar y repetir. Ahora, al líder Carlos le tocaría buscar otras cicloruta, pero sin bajar el listón, que con esta aventura quedó muy alto.